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EL ENTIERRO DE GENARÍN
Esto ya es cosa de antaño,
aunque todavía cerca.
En una caja de versos,
los leoneses lo cierran
con tipismo y con nostalgia
cerradura de pena.
¡Entierro de Genarín,
con lírica de saeta!
¡Cómo te recuerdo yo,
rondador de calles viejas!
¡Murallona de los Cubos!
¡Ay, calle de las Carreras!
¡Barrio de Santa Marina,
donde ocurrió la tragedia
un día de Viernes Santo,
allá por los años treinta!
A Genarín le mató
un camión de la limpieza.
¡Viernes Santo leonés
con lilas y con violetas!
Le rezaban los papones
y le lloraban las viejas.
Con un saco por sudario,
le cubrió las señá «Menda»,
aquella que nos vendía
los caramelos de menta
y los chocho, y las chufas,
junto a la histórica puerta
que del Castillo la llaman
y siempre se encuentra abierta.
Pieles de liebre y conejo
demandaba con voz recia
el popular Genarín
por las calles leonesas.
Vivía así. De una industria
de sainete o de zarzuela,
siempre alegre y pregonero
como alondra mañanera.
Y se murió sin dar ruido
el que tantas voces diera.
El alma de Genarín
voló por la ruta eterna
cuando llegó hasta el Cielo,
llamó muy quedo a la puerta.
-¿Quién sois? - le dijo San Pedro,
observando la fachada
de hombre mísero anciano
para dar luego sentencia.
Genarín temblaba el pobre
como junco en la tormenta.
-Señor, soy yo Genarín,
de la industria pellejera.
Daño nunca le hice a nadie;
sólo a mí daño me hiciera,
tomándome unos copazos
de aguardiente de primera.
-¡Pasa, bendito de Dios!,
San Pedro le respondiera.
- El permiso que te doy
Nuestro Señor lo refrenda.
¡Ay, día
de Viernes Santo,
allá por los años treinta!
Muchos crespones de luto
se pusieron las estrellas
en noches de Jueves Santo,
cuando la luna es más llena,
año tras año, en León,
recordando esta tragedia.
¡Calles de los barrios viejos
siguen llorando tu ausencia!
Lo revive el murallón
del barrio de la nobleza,
la plazuela del Vizconde
y la Canóniga vieja,
donde las monjas Descalzas,
en rezos de penitencia,
ponen pavor en la noche
con sus letanías tétricas.
¡Convento de las Clarisas,
de tradición nazarena!
Nocturnos catedralicios,
con sus cuchillos de piedra,
envolvían el Entierro
sobre la Plaza de Regla
y el cortejo, peregrino,
cruzaba la calle Nueva
hasta la Plaza Mayor
con romances de poetas.
¡Entierro de Genarín!
¡Embrujo, tipismo, fiesta!
Al Cristo de Matasiete
iba la gente romera,
que yo diría un turismo
muy castizo y de primera,
y en el sombrío rincón
retumbaban las ofrendas
por el alma de Genaro,
que Genarín le pusieran
por distinguirle del otro
que coche al punto tuviera.
¡Ay, Cuesta de Castañón,
por donde el Entierro fuera!
¡Ay, Cuesta de Carvajal,
calle pina y recoleta,
donde revive el romance,
el amor y la leyenda
de Don Gutierre y Don Gil,
de Don Velasco y su dueña,
amante de Alfonso Onceno
porque viuda se creyera!
En la plaza del Mercado,
se hacía estación postrera,
allí donde la ciudad
reza a la virgen morena,
al mismo pie de la cruz
que levanta, con su piedra,
brazos de perdón y gozo
que el alma siempre la crean.
Allí es el último verso
de aquella ronda poética.
Entierro de Genarín,
pleno de memoria eterna.
Francisco Pérez Herrero
lleva su dolor a cuestas
dándole vida perenne
en las glorias leonesas.
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